Justine en el pueblo de su abuela, Kyabacadde (Uganda) |
IR AL COLEGIO, UN DESEO NO SIEMPRE CUMPLIDO
Nos mira en la iglesia. Mientras el hermano Paluku Gilbert nos da la bienvenida en público, ella nos observa
de reojo. Tiene curiosidad, se le nota. Me distraigo y ya no la veo. Se habrá
ido, pienso. Pero nada más salir del edificio la observo a un lado, con la mirada
baja, esperando. Retrasa sus pasos para encontrarse conmigo. Y finalmente soy yo
la que me acerco a ella.
« Hola,
soy Justine », me dice, « Bienvenida , gracias por
visitarnos », sigue. Y despliega una sonrisa inocente en la que veo sinceridad y
frescura. No lleva adornos en el pelo, lo mantiene muy corto, como muchas de
las chicas de Kyabakadde, cerca del Lago Victoria en Uganda. Y hoy se ha vestido con
una falda y una sudadera de cuadros rojos y negros. Su cremallera semibajada
deja entrever una camiseta verde que da luz a su tez chocolate.
Son las 8 de la mañana y empiezo a ver chavales con mochilas a la espalda. Pero Justine se mantiene tranquila
frente a mí. « ¿No vas al colegio ? », le pregunto. « Ahora
no », me dice. Atisbo un gesto leve de vergüenza y mido mi siguiente
pregunta. « ¿No has terminado tus vacaciones ? », le digo sin
dejar de sonreír. « Si », contesta, « pero es que no tenemos
dinero para pagarlo ».
Me
quedo helada, otra vez el golpe de la realidad africana. A estas alturas de mi viaje por este país ya sé que hay muchos
niños que no pueden pagar las tasas de los colegios. No es eso lo que me
sorprende. Es la elegancia con que me lo cuenta.
Ante
mi silencio, Justine sigue hablando. Sus padres viven junto a sus hermanos en
otro pueblo, lejos de Kyabacadde. Ella está aquí con su abuela porque su
colegio está cerca. Ha acudido a estudiar durante todo el año, pero en este
último trimestre a su familia no le ha llegado el dinero para saldar deudas con
el centro y para pagar las nuevas tasas. Y Justine se ha quedado sin poder
reencontrarse con sus compañeros.
Niñas volviendo del colegio en Kampala |
En
Uganda hay un colegio a cada paso. Basta darse una vuelta en coche para contar
cinco o seis. Y lo primero que uno piensa es que es un país preocupado por la
educación. Pero enseguida los ugandeses te corrigen. «No », dicen,
« hay preocupación de los padres », « pero no del
Gobierno ». « Si hay tantos colegios es porque hay muchísimos niños
en este país », dice una madre de seis hijos.
Aquí
los colegios privados son caros , pueden costar entre 500 y 600 euros al trimestre, depende de si es
alguna institución u orden religiosa la que lo gestiona. Esto en un país en el
que el sueldo medio neto no llega a los 200 euros mensuales. Y en el que la media de hijos ronda
los 6 por familia.
Y
los colegios públicos, que en realidad no son un servicio público y pueden
costar hasta 100 euros al mes, no están bien valorados. Quien tiene
interés en que su hijo salga adelante hace lo que sea por llevarle a uno de
gestión privada.
La falta de calidad de la educación pública,
aseguran, es un problema de implicación del Gobierno ugandés. Hay profesores
que llevan más de un año trabajando y no reciben su sueldo. « ¿Qué interés
voy a tener en trabajar si no puedo llevar dinero a casa ? », se
justifica una profesora. « Y luego está la falta de material »,
añade, « es muy difícil educar así ».
Pero
a sus 14 años, Justine tiene asumida la situación. Y tras ese microsegundo de
vergüenza me sigue contando que estudia en casa, « Me han dejado los
libros », dice. «Me tendré que presentar a un examen a final de trimestre,
aunque espero que mis padres consigan el dinero pronto ».
Mientras
se aleja en un camino de plátanos y eucaliptos, se oyen las voces de sus
compañeros gritar tras la valla metálica que delimita el colegio. Justine se
vuelve y me repite « Gracias por venir a visitarnos ». Antes de que yo
pueda desearle suerte ha echado a correr. Es hora de sentarse en el salón de la abuela y estudiar.
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