Uri, contento de estar en España |
Ouri pasó de estudiar francés en Gambia a arriesgar su vida cruzando el mar
Ouri vio cómo un
amigo suyo se tiraba al mar por miedo a morir de hambre y sed en la patera.
Nunca pensó que él llegaría vivo a España. En realidad nunca pensó que iniciaría el
viaje a España. Ahora, como muchos
inmigrantes, no se quiere ir de aquí.
Es guineano y
estudiaba francés en Gambia cuando su vida dio un vuelco. Su familia no podía seguir
pagando sus estudios y un conocido le
habló de Europa. No le enganchó. No le había ido tan mal hasta ese momento y nunca pensó que le hiciera falta arriesgar la vida para
mantenerse a flote.
Ouri es tímido. Serio aunque con
rostro sosegado. Trabaja y escucha. Escucha y trabaja. Pero sólo interviene si se le pregunta. Y
habla bajo. Cuenta su historia sin
apenas alterar el tono de voz. Solo cuando la he escuchado entera me doy cuenta
de su intensidad, del mérito de Ouri y de que merece la pena contarla a quien
quiera escucharla.
Quitando malas hierbas |
Su “viaje”
empezó en 2002, cuando aprendió lo que significaba buscarse la vida. Su
familia, en Guinea, necesitaba ayuda y él dejó de estudiar para ponerse a
trabajar. Primero en Basse, (al este de Gambia) y luego en Banjul de vendedor
ambulante. Cuatro años parcheando y
resistiéndose a creer en lo que le parecía una leyenda: “En Europa se gana dinero”, “En Europa se
trabaja menos”, “En Europa se vive mejor”.
No sabe
explicar cuándo ni por qué cambió de opinión. Quizá fue la insistencia de
amigos y conocidos, el cansancio o la
necesidad de evolucionar. Pero un día se montó en un coche que le llevó a Ziginzhor, Senegal. Había dado el primer paso.
“En Ziginzhor hay un chico que acumula gente
en una casa”, me cuenta, “Y desde allí
un conocido llevaba gente poco a poco a otra localidad a montar en barcas”. Se
gastó todos sus ahorros conseguidos en Gambia, 700 euros, en un pasaje en una
patera grande. “Antes de irme llamé a mi
hermano y me dijo que tenía que decírselo a mi madre, que a una madre hay que
decírselo todo”, relata. “Yo no me
atrevía pero la llamé. Ella me dijo que tuviera cuidado: que Dios te bendiga, hijo”.
Preparando la tierra para plantar |
Tuvo que esperar
dos pateras y por fin, en la tercera, tres días después, se
montó. “ Íbamos muy apretados, dormíamos
en el suelo, no nos podíamos ni mover”.
Navegaban por caminos por los que no había vigilancia, capitaneados por
quien dedica su vida a enriquecerse transportando a inmigrantes desesperados.
“Íbamos sentados pero casi de rodillas para
que no se nos viera mucho porque éramos muchos. Íbamos 79, muchos más de los
que debíamos”, recuerda. “Nos daban
comida y agua y nos dijeron que en siete días llegaríamos a España”.
Pero el miedo y
la angustia empezó a apoderase de muchos de ellos cuando, llegada esa fecha, no
veían atisbo de tierra. “La gente empezó
a gritar, a desesperarse. Queríamos llegar a tierra, la que fuera. Me encontraba débil, la comida empezó a
escasear, solo quedaban galletas".
Fue entonces
cuando su vecino en Guinea y compañero en Gambia reventó. “Una noche oímos un golpe seco sobre el agua. Nos dijeron que era un
bidón”, cuenta, visiblemente tembloroso. “Estábamos
tan hacinados que por la noche, con todo el mundo tumbado, no se podía andar. Así
que lo dejamos. Nos dimos cuenta al día siguiente de que faltaba Musa”,
sigue. Después de una pausa, continúa. “Tenía
miedo al agua, no aguantó los nervios y se suicidó”.
Decido no preguntarle nada… ¿Qué decir?
Él mismo me interpreta y me dice: “Yo me asusté mucho porque pensé que a mí me
podía pasar lo mismo, realmente lo pensé y yo no quería morir.”
Fueron tres días
en los que Ouri no pensó en nada, solo esperó. Y de repente la patera se acercó
a tierra. La guardia costera española les condujo al puerto de Tenerife.
Su historia, tal
como la cuenta, termina ahí. Lo que vino después no parece importarle a pesar
de no haber sido fácil. Un mes en el
campamento militar, viaje en avión a Madrid, en autobús a León. Ayuda de varias
asociaciones para encontrar algún familiar en España. Varios años en Málaga trabajando
de vendedor ambulante. Varias detenciones y, en cada una de ellas, la pérdida de
todo lo que tenía ahorrado. Otra asociación que le da una oportunidad en
Cataluña, y al final, a Madrid.
Ha trabajado en el Huerto de Hermana Tierra durante unos meses, por primera vez con un contrato. Ahora él arranca el año buscando un nuevo destino. Pero se siente seguro y ayuda a su
familia. Como la mayoría de inmigrantes africanos, se ha llevado una decepción
en España. El Sueño, el que él nunca tuvo, no se ha cumplido. Pero Ouri está
contento y es capaz de dejarte buen sabor de boca con su expresión afable y
serena. La que le han dejado años de lucha y ganas de sobrevivir.
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