jueves, 26 de enero de 2017

INMIGRANTES III: EL VIAJE DE OURI, UN VUELCO INESPERADO

Uri, contento de estar en España

Ouri pasó de estudiar francés en Gambia a arriesgar su vida cruzando el mar



    Ouri vio cómo un amigo suyo se tiraba al mar por miedo a morir de hambre y sed en la patera. Nunca pensó que él llegaría vivo a España. En realidad nunca pensó que iniciaría el viaje a España.  Ahora, como muchos inmigrantes, no se quiere ir de aquí.

     Es guineano y estudiaba francés en Gambia cuando su vida dio un vuelco. Su familia no podía seguir pagando sus estudios y un conocido le habló de Europa. No le enganchó. No le había ido tan mal hasta ese momento y nunca pensó que le hiciera falta arriesgar la vida para mantenerse a flote.

  Ouri es tímido. Serio aunque con rostro sosegado. Trabaja y escucha. Escucha y trabaja.  Pero sólo interviene si se le pregunta. Y habla bajo. Cuenta su historia sin apenas alterar el tono de voz. Solo cuando la he escuchado entera me doy cuenta de su intensidad, del mérito de Ouri y de que merece la pena contarla a quien quiera escucharla.

Quitando malas hierbas
       Su “viaje” empezó en 2002, cuando aprendió lo que significaba buscarse la vida. Su familia, en Guinea, necesitaba ayuda y él dejó de estudiar para ponerse a trabajar. Primero en Basse, (al este de Gambia) y luego en Banjul de vendedor ambulante.  Cuatro años parcheando y resistiéndose a creer en lo que le parecía una leyenda: “En Europa se gana dinero”, “En Europa se trabaja menos”, “En Europa se vive mejor”.

       No sabe explicar cuándo ni por qué cambió de opinión. Quizá fue la insistencia de amigos y conocidos, el cansancio o la necesidad de evolucionar. Pero un día se montó en un coche que le llevó a Ziginzhor, Senegal. Había dado el primer paso.

       “En Ziginzhor hay un chico que acumula gente en una casa”, me cuenta, “Y desde allí un conocido llevaba gente poco a poco a otra localidad a montar en barcas”. Se gastó todos sus ahorros conseguidos en Gambia, 700 euros, en un pasaje en una patera grande. “Antes de irme llamé a mi hermano y me dijo que tenía que decírselo a mi madre, que a una madre hay que decírselo todo”, relata. “Yo no me atrevía pero la llamé. Ella me dijo que tuviera cuidado: que Dios te bendiga, hijo”.

Preparando la tierra para plantar
    Tuvo que esperar dos pateras y por fin, en la tercera, tres días después,  se  montó. “ Íbamos muy apretados, dormíamos en el suelo, no nos podíamos ni mover”.  Navegaban por caminos por los que no había vigilancia, capitaneados por quien dedica su vida a enriquecerse transportando a inmigrantes desesperados.

    “Íbamos sentados pero casi de rodillas para que no se nos viera mucho porque éramos muchos. Íbamos 79, muchos más de los que debíamos”, recuerda.  “Nos daban comida y agua y nos dijeron que en siete días llegaríamos a España”.

     Pero el miedo y la angustia empezó a apoderase de muchos de ellos cuando, llegada esa fecha, no veían atisbo de tierra. “La gente empezó a gritar, a desesperarse. Queríamos llegar a tierra, la que fuera.  Me encontraba débil, la comida empezó a escasear, solo quedaban galletas".

    Fue entonces cuando su vecino en Guinea y compañero en Gambia reventó. “Una noche oímos un golpe seco sobre el agua. Nos dijeron que era un bidón”, cuenta, visiblemente tembloroso. “Estábamos tan hacinados que por la noche, con todo el mundo tumbado, no se podía andar. Así que lo dejamos. Nos dimos cuenta al día siguiente de que faltaba Musa”, sigue. Después de una pausa, continúa. “Tenía miedo al agua, no aguantó los nervios y se suicidó”.

     Decido no preguntarle nada… ¿Qué decir?  Él mismo me interpreta y me dice: “Yo me asusté mucho porque pensé que a mí me podía pasar lo mismo, realmente lo pensé y yo no quería morir.”

    Fueron tres días en los que Ouri no pensó en nada, solo esperó. Y de repente la patera se acercó a tierra. La guardia costera española les condujo al puerto de Tenerife. 

      Su historia, tal como la cuenta, termina ahí. Lo que vino después no parece importarle a pesar de no haber sido fácil.  Un mes en el campamento militar, viaje en avión a Madrid, en autobús a León. Ayuda de varias asociaciones para encontrar algún familiar en España. Varios años en Málaga trabajando de vendedor ambulante. Varias detenciones y, en cada una de ellas, la pérdida de todo lo que tenía ahorrado. Otra asociación que le da una oportunidad en Cataluña, y al final, a Madrid.

     Ha trabajado en el Huerto de Hermana Tierra durante unos meses, por primera vez con un contrato. Ahora él arranca el año buscando un nuevo destino. Pero se siente seguro y ayuda a su familia. Como la mayoría de inmigrantes africanos, se ha llevado una decepción en España. El Sueño, el que él nunca tuvo, no se ha cumplido. Pero Ouri está contento y es capaz de dejarte buen sabor de boca con su expresión afable y serena. La que le han dejado años de lucha y ganas de sobrevivir.
    














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